
Habría que poner remedio, y es eso lo que nos da miedo. ¿Miedo de qué? Miedo al cambio.
Miedo al cambio de trabajo, miedo al divorcio, miedo a que nuestros hijos nos quieran menos o que nos repitan que no somos buenos padres, miedo a la culpabilidad con respecto a nuestros padres, etc.
La enfermedad es el equivalente del divorcio, de los males de amor, del fracaso profesional o de la insolvencia. Ha sido precipitada por la pérdida de un ser querido, por la pérdida del empleo, de dinero, por la muerte de un ser allegado, una mudanza, a otros. Estas situaciones tienen un denominador común: el cambio al que se teme, que se rechaza, que se evita, hasta que nos ponemos enfermos, Preferimos quedarnos en la cama antes que enfrentar la verdadera situación. Acusamos a la mala suerte, al cielo, al jefe, al mundo, a cualquier cosa excepto a nosotros. Vamos al médico, acallamos el dolor. Luego olvidamos la verdadera razón que nos ha hecho caer enfermos. ¡si pudiéramos dejar las cosas como estaban. Estamos dispuestos a quedarnos medio bien o medio mal antes que hacer frente a los problemas reales subyacentes porque nos molestan y perturban nuestra seguridad.
i Hablemos de la seguridad ! ¿Por qué soportamos tantos males por ella? ¡si es una ilusión!
Tomemos un ejemplo muy conocido: la seguridad en el empleo. Los profesores por ejemplo. ¿Cuántos de ellos ya no tienen más ganas de dar clase, bien porque no es lo suyo, bien porque desearían ejercer otro trabajo? Pero son prisioneros de su seguridad salarial. Su empresa, el Estado. jamás quebrará, seguro. Solo es preciso aguantar el tirón para tener un salario garantizado, con sus incentivos y una jubilación final. ¿No es bonito?
Entonces resisten con su dolor de cabeza y de espalda, sus depresiones y sus malas digestiones. El cuerpo grita que ya no puede más, que no le gusta ese tipo de vida, que aspira a otra cosa.
Pero los profesores continúan. Ante todo la seguridad del empleo. Mas vale enfermedad que inseguridad. Llega el día en que caen lo suficientemente enfermos como para dejar de trabajar. Han aguantado bien, han alcanzado la edad que permite la prejubilación, antes de morir en total seguridad. Murieron el día que decidieron vender su alma a la seguridad en el trabajo.